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“No es que odies a los hombres, ¿por qué habrías de odiarlos? ¿Por qué habrías de odiarte? ¡Tan sólo desearías que pertenecer a la especie humana no fuera acompañado de este insoportable estrépito, que esos pocos pasos irrisorios que hemos dado dentro del reino animal no se pagasen con esta perpetua indigestión de palabras, de proyectos, de grandes comienzos!”

 

No tienes la costumbre ni tienes ganas de establecer diagnósticos. Lo que te desconcierta, lo que te conmueve, lo que te da miedo, pero a veces te exalta, no es lo repentino de tu metamorfosis, sino al contrario, justamente, el sentimiento vago y pesado de que no se trata de una metamorfosis, de que nada ha cambiado, de que siempre has sido así, a pesar de que hasta ahora no lo sabías: esto, en el espejo cuarteado, no es tu nueva cara, son las máscaras las que han caído, el calor de tu buhardilla las ha derretido, el torpor las ha despegado

No eres más que una sombra turbia, un duro núcleo de indiferencia, una mirada neutra que rehúye las miradas. Con labios mudos, ojos apagados, sabrás en adelante identificar en los charcos, en los cristales, sobre las carrocerías relucientes de los automóviles, los reflejos fugitivos de tu vida detenida

Fragmentos de la novela " Un Hombre que duerme" de Georges Perec
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